El último día de Marzo la noticia golpea al despertar: se fue Cacho. ¡Qué tristeza!
Fue una persona íntegra, un hacedor, un líder. Inteligente pero con un enorme sentido común, supo encontrar caminos posibles a través de los más diversos problemas. INVAP fue gran parte de su vida, y él fue gran parte de INVAP. Bajo su dirección INVAP creció, desarrolló nuevas capacidades, se internacionalizó, se transformó en una empresa ampliamente reconocida en el país. Con justicia: Cacho siempre consideró a INVAP como una herramienta al servicio del país, como una posibilidad de mostrar lo que Argentina puede llegar a hacer (y a ser) si se trabaja con pasión, continuidad y organización.
No fue fácil, hubo momentos donde el camino se veía demasiado complejo, hasta imposible: Cacho, con mucha fe en el futuro, con valentía y humildad, manteniendo la moral del equipo, no dejando nunca una gestión sin hacer, una puerta sin golpear, una idea que probar, supo conducir a INVAP a través de las crisis de crecimiento, planteando siempre nuevos desafíos, abriendo nuevas oportunidades.
Un verdadero misterio para los que estábamos cerca de él es que Cacho siempre tenía tiempo. Tiempo para atender todas las llamadas por teléfono, tiempo para contestar hasta el último eMail o WhatsApp, tiempo para reuniones y para hablar con todos, tiempo para viajes, para recibir visitas en INVAP. Tiempo para formar y, con gran generosidad, dar paso a las nuevas generaciones de la empresa. Tiempo, también, para cultivar relaciones: Cacho ha dejado amigos por todos lados. Tiempo para compartir chistes, para aprender nuevas cosas, para disfrutar también de la vida. Tiempo, por supuesto, para su familia , para Pimpi, los hijos, los nietos.
Cacho además fue un maestro: nos enseñó, con la palabra y con el ejemplo, a ser mejores. Aprendimos con él y de él. Aprendimos que es una responsabilidad del líder preocuparse por la parte humana de los que trabajan con él. Aprendimos que hay que escuchar el doble de lo que se habla (“Dios nos dio una sola lengua y dos oídos”, decía). Aprendimos que “la perseverancia siempre da una flor” y la importancia de “tragar amargo y escupir dulce”. Aprendimos que los gestos de cortesía son útiles y no cuestan nada, y que el sentido del humor ayuda. Aprendimos, tal vez lo más importante, que el grupo es siempre más fuerte que el individuo, que escuchar diversas opiniones enriquece la toma de decisiones, que el trabajo en equipo es siempre más eficaz y …. más placentero.
¡Cuánto lo vamos a extrañar!
*Escrito por Juan Pablo Ordoñez